miércoles, 16 de mayo de 2007

Por Mariano Blatt

(Fragmento)

El fin de semana del tigre

Me alejo de la casa y sobre el pasto quedo tirado, con el anotador en la mano. Voy a sacar una foto del fin de semana del tigre, me digo a mí mismo; pero cuando alzo los ojos para verte ya no hay nadie, sólo alguien que termina de irse.

Puedo quedarme horas al sol o más al costado, abajo de algún árbol que sea que haya y si es que no hay me refresco en el río. Pero así, mientras uno pueda seguir diciendo acá todavía da el sol todas las tardes, acá todavía nos quedamos sentados en ronda como indios o como nos decían que hacen los indios, acá todavía se comparten algunas cosas y las que no se pueden se intentan no decir.

Y es que siento como si ahora si quisiera agarro abro un ventanal camino por el pasto del jardín y me tiro a una pileta. Pero otra cosa que me gusta es quedarme adentro de la casa a la mañana mirando por la ventana cómo va subiendo el sol en el cielo.

Después hubo una tarde en que me di cuenta del truco. Estoy escribiendo un libro, me dije, un libro sobre lo que está pasando pero más todavía sobre lo que hubiese querido que estuviese pasando. Lo que estaba haciendo era decir agarro y escribo un libro sobre el fin de semana del tigre, si no puedo le saco una foto y si eso tampoco, intento hablarlo con mis amigos. Así estoy resolviendo las cosas últimamente.

El ruido que hacen las estrellas a la noche toda abierta, increíble. El ruido de un bote a motor avanzando en alguna parte del río. Tres pibes caminando por el medio de la calle. Uno es mi mejor amigo de la escuela Aníbal Julián, pero le decíamos Caníbal.

Hagamos la cuenta de todo lo que dijimos cuando estábamos fumados más todo lo de cuando estábamos enamorados menos todo lo de cuando estábamos enojados.

Pasa una avioneta bastante alta en el cielo. Todos nos juntamos en un punto del jardín en el cual pareciera escucharse mejor y de a poco, de a grupo, nos vamos moviendo con los cuellos estirados para ver mejor el cielo, la avioneta, las nubes que ahora se la tragan, siete pájaros que son puntos negros inquietos; lo que sigue es un viento como cuando decían “Si viene un viento” que agita las copas de los árboles. Uno de nosotros tiembla porque tiene frío, al instante siguiente cada uno volvió a la suya.

Y la tarde fue exceso. Había sol en todas partes, uno se puso con la guitarra y crecieron flores más fuertes que ayer. Le dije “Pibe, ¿todo bien?”; me dijo “Sí”; eso fue todo.

Uno que mira al cielo para tener sol en la frente. Energía, dice, energía. Es el Pibe de Oro.


Por Eloísa Oliva

índices



detrás de todo contorno
hay un volumen que presiona


el pulmón de bruma se dilata sobre el río
a esta hora sin veleros
después de la bomba que no estalla, pero infecta
--

encajonados en la ventanilla del tren, detrás del humo
que sube de las vías, gigantes
bajan hasta el borde
--

luz pegándose a la cara
el aire sube desde el río y trae el sueño de los peces

en las grietas de la niebla, los edificios
dibujan la marea ecualizada del volcán

--
todo podría desparecer y yo persistiría
--

la figura avanza
recortando el día con la ronca
voz de los tambores
que no paran
--
la vaca
que mira por la borda no ve
más que el oleaje tibio de las siete de la tarde
las manchas oscilantes sobre el agua: marrón, marrón más claro
más oscuro marrón
Por Laura Lobov

era un cuadrado la casa,
blancas las paredes y el pilar
alto de la entrada. se veía todo el cielo.
el cosmos, decían.
cuando en la capital
se ven con suerte
algunas luces. la materia
desordenada y en polvo
se transforma. sin ir más lejos,
en frente, un primer piso
iluminado en la madrugada esconde
pequeños tesoros, un trofeo de karate, una heladera
y restos de algo. habría que ir al campo, salir
a la terraza, escapar
en la sábana oscura que se alza
sobre los otros. él trajo
una revista desplegable, estiró el índice,
apenas con la punta así,
cuando eras chica preguntaste
qué es el cosmos, te muestro, acá
estamos nosotros.

--

pienso cómo entra
no mi casa que es chica, la torre,
el parque, la pileta, tu habitación. todos
en este punto luminoso que un dedo tapa
y la distancia, el trayecto que recorre el dedo
de un planeta al otro.
hace calor y prendemos
estrellitas y bengalas en la calle.
cuando tu mamá era chica
no existía la tele en colores ni tampoco
el pilarcito. y ahora que todo estalla
bombas, planetas, naves qué pasaría
si mi casa empieza a arder y
la otra y la otra y la otra y así
se enciende este punto.

--


nadie lo dice pero existe
un elemento que reúne
a todo el resto, así
se cierra la cadena.
no lo enseñan en ningún lado,
está y algunos saben
de su forma.
pero apenas conocés un par de datos:
los moles y ese brillo intenso que llega
desde lo alto. hoy
todo se confunde, esa luz, ella dijo
es dios, se cuela desde allá
y te mira. tenés que creer
y no mentir, todo
él lo ve mientras querés agarrar con las manos
esos puntos que bailan en la luz.


Por Clara Muschietti


Acepto hablar de los campos de polo

pero no de ese caballo que no ve más que el césped

en esta tarde típica mi aspecto engaña

no escucho el ruido pero veo el caballo alejarse

espero en el auto

las ventanas bajas para el sol

tiempo para confirmar que las cosas son las cosas

y mi hebilla roja perdida está sobre el asiento

toda la atención puesta en el caballo sordo

el animal corre por la cancha

está esa escena

y la escena en la que mis ojos brillan debajo de los anteojos prestados

caballo marrón con mancha negra justo arriba del ojo

no te puedo ver

esta mueca que hago con la boca

esta mueca es perfecta

este segundo es alusivo

a los grandes segundos.

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